José Sant Roz
Mientras converso con Eduardo Castro, el gato Glauco, ronda y ronronea buscando donde echarse. Al fin, consigue que se le ponga atención, se le acaricia, y acaba posándose en las piernas de su amo. Sigue inquieto mirando a los lados y moviendo su rabo, qué mirada tan minúscula como penetrante, concentrado fijamente en las sombras que se proyectan a su lado. Inquieto, se incorpora, interponiéndose entre nosotros, y con pompa sibilina opta por retirarse. Se escurre por entre una montaña de libros, con desparpajo e indiferencia salta al filo del mostrador y se pierde. Con tan hermoso gato iba ser difícil organizar la entrevista que desde hace tiempo teníamos pautada con Castro.
A Eduardo Castro lo conozco desde hace unos treinta años, cuando atendía la Librería Universitaria de la ULA. Esta librería de la ULA era de las mejores de Venezuela, y allí no estuvo Castro mucho tiempo, no le gustó la manera como aquello se llevaba, y poco a poco fue levantando su propia tienda, porque ya él era un librero de raza, como veremos. Desde muchacho comenzó a relacionarse con ese proletariado de las letras, familiarizándose con la venta de libros, su distribución, el arte que tiene que ver con este fabuloso tesoro que contiene verdaderas joyas y descubrimientos que constantemente están cambiando el mundo, la relación necesaria con las más grandes editoriales latinoamericanas, porque Eduardo pudo asistir a ferias del libro en Argentina, Cuba, Chile, Ecuador, Miami, Colombia, México, entre otros lugares de América. También estuvo en Frankfurt, entre las ferias más famosas de Europa. Así fue afinando su ojo selectivo para saber qué es lo más que más importa a la hora de tener que intercambiar, comprar o vender una obra, siempre con esa honda proyección social e histórica en los pueblos.
Fue Eduardo Castro quien inició la Feria del libro en Venezuela, recorriendo casi todo el país. Fue vendedor ambulante de libros con el primer Libro-Bus, que iba por las plazas Bolívar de los pueblos. Conoció a los más grandes libreros de Venezuela, como Sergio Moreira quien durante muchos años atendió la Librería “Pensamiento Vivo” en el Centro Simón Bolívar. Previo a Sergio Moreira, en “Pensamiento Vivo” allí estuvo atendiéndola, el escritor Argenis Rodríguez, quien a la vez montó la suya propia cerca del Nuevo Circo. Conoció a los libreros del “Gusano de Luz”, Freddy Cornejo y Néstor Tablante, tan visitada por el memorable escritor Manuel Bermúdez. Debo agregar que otro gran librero fue el poeta Felipe Rodríguez, quien puso una librería en la Avenida Juan Germán Roscio en San Juan de Los Morros, y durante mucho tiempo estuvo vendiendo libro a crédito, casa por casa.
También Castro conoció al famoso librero de Sabana Grande, Raúl Betancourt, y al librero de la Librería Lectura, el uruguayo Walter Rodríguez Pilatti. Otro uruguayo a quien Eduardo trató con frecuencia, fue al famoso crítico literario Emir Rodríguez Monegal.
Me dice con gran sabiduría Eduardo Castro:
- Mira, tú para ser un buen librero tienes que leer mucho. Tú no puedes tener una librería con una gran variedad de títulos. Tú tienes que definir tu campo, tienes que ser selectivo, apartarte de un montón de editoriales que lo harán será estorbar tu trabajo, tu espacio, tu clientela y tu mundo de relaciones. Esa era la gran capacidad de dominio de Sergio Moreira en su terreno. Si un cliente lo visitaba y le preguntaba por la “Odisea”, en medio del desorden genial y personal de sus libros, iba y sabía dónde estaba. Y si alguien le preguntaba por “El Alquimista”, Sergio le ponía una cara que lo espantaba. Yo, en ese sentido no puedo decir que soy un libro al nivel de Sergio. Yo lo que soy es un obrero de la cultura como me calificó Alfredo Chacón. Soy un simple peón de libros. Porque yo lo que he hecho es pasarme la vida moviendo cajas, arreglando estantes, memorizándome títulos.
Otro librero de casta, de la calidad de Eduardo Castro en Venezuela, fue el dueño de la Librería Mundial (entre las esquinas de Santa Capilla y Mijares), el neogranadino don José Pachón. Memorables libreros fueron también los hermanos Rafael Ramón, Jonás y Pedro Castellanos Villegas, quienes estuvieron sus librerías frente a El Capitolio, y por el Pasaje Zing. Luego Rafael Ramón se mudó a Sabana Grande.
Por supuesto, que Edaurdo tuvo la oportunidad de tratar a los más notables escritores de América del Sur, algunos, verdaderos editores de grandes obras sin jamás haber atendido una empresa editorial, como el doctor Ramón J. Velásquez, por ejemplo. Al doctor Ramón J. Velásquez debemos la publicación de esas fabulosas ediciones del Congreso de la República, y de joyas sacadas de la Biblioteca de la Gran Papelería del Mundo (del abuelo de Caupolicán Ovalles, el doctor Víctor Manuel Ovalles), como son la “Memorias de Pedro Núñez de Cáceres”.
Eduardo Castro fue de los fundadores de las librerías Cuaimare en todo el país, y también comenzó a trabajar en la Editorial Monte Ávila, allí estuvo diez años, hasta que en el primer gobierno de COPEI llegan y lo echan. Pero no fue por mucho tiempo, porque el famoso Carlos Barral quien dirigía una de las más importantes editoriales españolas (Seix Barral), consignó sus libros a Monte Ávila, pero ésta no tenía como distribuirlos, y tuvieron que llamar a Eduardo. Y fue así como durante un tiempo Castro se encargó, bajo el mando de Monte Ávila, del material de Seix Barral. Pero este trabajo a cargo de la producción de Seix Barral no duró mucho tiempo, hasta que se estableció la Editorial Planeta en nuestro país y solicitó los conocimientos de librero de Eduardo. La Editorial Planeta buscaba un mercado más amplio con aquellas famosas ventas por plazos, con aquellas colecciones muy voluminosas, de varios tomos, muy bien ilustradas. Con Planeta trabajó tres años hasta que volvió de nuevo con Monte Ávila, hasta llegaron los adecos y lo despidieron definitivamente. Muy buenas relaciones, mantuvo Eduardo con los directores de Monte Ávila, como el español Mariano Milla Navarro (quien venía de Uruguay), Mariano Fernández (sobrino de Lorenzo Fernández), Néstor Leal, Alexis Márquez Rodríguez (quien estuvo por muy poco tiempo), etc.
Como dijimos, Castro inició aquel experimento de llevar la lectura a los pueblos con el llamado Libro-Bus, moviéndose con un camión Ford-600, acondicionado para hacer exposiciones al aire libre, en parques y plazas, y lo llevó a todos los extremos del país, pasando una semana en cada pueblo: Puerto Cabello, Ciudad Bolívar, Upata, Mérida, Barinas, San Cristóbal, Maracaibo, Barquisimeto, Caracas, etc. Este experimento, dice, Castro, que no fue muy exitoso. En ese autobús, Castro logró meter las publicaciones de la Universidad Central de Venezuela, UCV, y otras editoriales. Esta experiencia le llevó a maquinar su propio proyecto, devolvió el autobús y anduvo un tiempo desempleado, montando ahora ferias del libro de pueblo en pueblo, y fue así como nacieron las primeras ferias del libro en Venezuela, sobre todo en la época decembrina.
Con estas vivencias, Eduardo Castro, presentó al Estado un proyecto en el que procuraba unificar todas las editoriales nacionales, el cual condujo a la creación de la famosa Red de Librerías Cuaimare. En este punto, dice Castro, que debe hacerle un reconocimiento a la señora Virginia Betancourt (Presidenta de la Biblioteca Nacional), quien supo entender esta inquietud, y la echó a andar, sorteando toda clase de trabas y vericuetos burocráticos. Así vino a crearse la Fundación Cuaimare, como apéndice de la Biblioteca Nacional. Con la Red de Librerías Cuaimare Eduardo paso 16 años de su vida. El proyecto comenzó con una Librería en la Torres Simón Bolívar, la cual dirigió al principio el poeta Ramón Querales y su señora. Luego Eduardo fundó la de Carmelitas, la de Chacaíto, la de la estación del Metro de Altamira, la del Metro de El Marqués, las del Aeropuerto Simón Bolívar, tanto nacional como en el Internacional. La de San Cristóbal, la de Barquisimeto, la de Mérida. Poco después Castro volvería a quedar desempleado aunque siempre moviéndose en el mundo de los libros, en ese tiempo, vino y lo reemplazó Luna Benitez. En los noventa, el profesor Rafael Cartay, sabiendo de su experiencia en terreno de los libros, logra contratarlo para que dirija la Librería Universitaria de la ULA, en la que estuvo trabajando año y medio. Fue entonces, cuando Castro logra su propia empresa, la de montar su propia Librería en la Avenida 3 en el centro de Mérida.
En habiendo dejado la Librería Universitaria de la ULA, ésta al poco tiempo quebró, como fueron quebrando casi todas las empresas que administraba esta susodicha universidad autónoma. (No quisiera desviarme del tema, pero este un punto clave para decirle al ex rector de la UCV Luis Fuenmayor Toro, que las llamadas universidades autónomas en Venezuela, por lo general, resultaron un gran fraude y fiasco para la nación venezolana. Sí, formaron mucha gente que salió bien preparada en sus especialidades, no podemos negarlo, pero casi toda ella sin probidad, sin sentido de patria: traidores y bien farsante, por lo general, repito.)[1]
Otros dos famosos libreros de Mérida fueron Jota Santos en la Avenida 4 de Mérida y el poeta Pedro Pablo Pereira (quien tenía su puesto de libros usados en la Facultad de Ciencias de la ULA en La Hechicera). La Librería Santos todavía existe, la administra la viuda de J. Santos y sus hijas. Jota Santos fue un peruano que se enamoró de Mérida, quien en visitándonos, decidió hacer su vida en esta ciudad hizo y fue muy querido por el mundo intelectual. Lamentablemente acabó muriendo muy joven a causa del hongo negro y de las bacterias, que traen ciertos libros usados. No llegaba a los cuarenta cuando lo llevaron con una severa asfixia al Hospital Universitario donde falleció. Jota Santos recorría toda Venezuela y Colombia comprando bibliotecas y libros usados, y sabía seleccionarlos muy bien, lo que hacía la delicia de los grandes compradores de libros como los profesores de matemáticas Iván Spinetti, Francisco Rivero y los hermanos César y Jesús París. Iván Spinetti recientemente fallecido dejó dos apartamentos llenos de libros. Otros grandes compradores de libros en Mérida fueron el sabio J. E. Ruiz Guevara, el doctor Carlos Chalbaud Zerpa, y los padres Santiago López Palacios y León Sánchez Febres (nieto de Tulio Febres Cordero). Con algunos de ellos coincidíamos los sábados en la Librería de Santos, un especial lugar para dialogar y hablar sobre los hallazgos fenomenales que cada quién lograba entre los tesoros que Santos conseguía. Allí nos disputábamos esos grandes descubrimientos que en grandes cajas Santos traía de Colombia o de Ecuador. También debemos mencionar al gran librero que ha sido el profesor Martín Szinetar, quien al día de hoy tiene una muy bien abastecida librería en la Avenida Tres Independencia de Mérida. Y como ya dijimos, en la misma Avenida Tres Independencia está la “Librería Temas”, que todavía hoy administra y atiende este gran librero Eduardo Castro.
[1] Este asunto lo podría tratar más ampliamente en otro artículo. En realidad, bastante he tratado es tema.