José Sant Roz
Viajamos a Caracas en medio de una tensa situación geopolítica: con el reciente Nobel de la Paja, otorgado a doña María Corina Machado, y como para rematar o machacar, la inminencia de una intervención gringa contra Venezuela. Con varios destructores, con 1.200 misiles apuntándonos, un submarino nuclear, helicópteros artillados, harta movilización en ese gran charco del Caribe por el que los gringos entran y salen como Pedro por su casa, y con unos 40.000 mariners listos para el desembarco en nuestras costas. Todo esto, una tensión que corre con pavor por todos los medios del mundo, convertidos, pues, nosotros, en este momento, en el mayor narco-estado del planeta, una dictadura que le manda adrede millones de locos a Estados Unidos, pero lo peor aún, y lo principal, encontrándose en las entrañas de esta tierra las mayores reservas de petróleo del mundo, algo muy grave, gravísimo, espantosamente peligroso. Y gobernando en la casa Blanca, un tipo pavoso, que imparte a diestra y siniestra sanciones económicas al universo, y que viene y coloca de Jefe del Departamento de Estado a un tarado agusanado, de nombre Marco Rubio. Con todo ese panorama al frente, salimos nosotros hacia la capital.
Pues, íbamos considerando, que a lo mejor, de un momento a otro se producía un verguero, que de pronto nos atacaban por Guyana o por Colombia, por la isla de Trinidad o por el estado Falcón, por Puerto Cabello o La Guaira. La última advertencia de Trump había sido que, además de lanzarle misiles a lanchitas, que ahora los ataques serían en el propio territorio. También acababa de ordenar a la CIA el emprender acciones contra Venezuela, tal cual como lo sabe hacer esta agencia, comprando militares, con atentados terroristas o golpes de estado, para así lograr el fulano cambio de régimen. Leí a unos locos que nos auguraban la pronta incorporación como estado número 51 de la Unión. A los gringos les sobra experiencia en estos menesteres. Pero bueno, está uno en el aeropuerto e imagina que de pronto aparecerán en el cielo poderosos aviones o helicópteros de combate escupiendo metralla para darnos la libertad, para liberarnos del martirio comunista… Pero luego miro alrededor y todo el mundo está tranquilo muerto de la risa mirando sus celulares. Pues, que sea lo que Dios quiera y con nuestro santo José Gregorio Hernández (quien será canonizado el próximo domingo 19) adelante, para lo que salga y para lo que venga…
Ya estamos curados de espantos. Ya nada nos asusta de tanto que hemos sufrido con los ataques gringos desde que el chavismo llegó al poder en 1998.
Transcurrido un cuarto de siglo, de este siglo XXI, en Venezuela conviven varios países con sus respectivas historias, en un solo territorio. Nos encontramos pueblos viviendo en la era de Cristóbal Colón, otros en los enjambres confusos de la conquista y del coloniaje español, algunos en medio de la era de la Guerra Federal, algunos que aún no han salido del gomecismo en medio de la oscurana de la historia y muchos desperdigados en el marasmo dejado por el Puntofijismo adeco-copeyano. Otra Venezuela es la que vemos en Caracas, aislada del monte y de las culebras (que ya están también casi extinguidas). Todos esos pueblos, eso sí, armados cada uno de sus habitantes con un celular en la mano, pueblos herederos de los indios caribes, yanomamis, goajiros…, esclavos, manumitidos, blancos de orilla, saltos atrás o patriotas bolivarianos de la última generación. Es un país en el que casi ningún político de los que viven en la capital conoce realmente. Podemos decir que Chávez sí lo conocía profundamente, pero en medio de los inmensos conflictos que tuvo que enfrentar no pudo nivelarlos en un todo con una poderosa conciencia nacional e inmerso en el proyecto socialista que perseguía. Hizo un esfuerzo formidable, pero ésta no es tarea para lograrlo sólo en un cuarto de siglo, por lo que debo decir que existe una Venezuela profundamente desconocida por la gran mayoría de sus habitantes.
A esos pueblos enclavados en el pasado, los acabo de visitar en ese rápido recorrido de una semana que acabo de hacer a Caracas. Compramos pasajes para salir por Conviasa el domingo 12 de octubre (2025) y regresar el domingo 19. Debido a que el aeropuerto de El Vigía ha sido cerrado por remodelación, hubimos, mi esposa y yo, de tomar el vuelo en el pueblo de La Fría (capital del municipio García de Hevia) en Táchira. En relación con el aeropuerto de El Vigía debemos decir que se encuentra en un estado muy deficiente para atender los pasajeros que allí acuden a tomar sus vuelos. El 7 de julio de 2025, cuando acudí para trasladarme a Caracas, ocurrieron dos hechos preocupantes, el vuelo pautado para las 3, fue pospuesto para las 11 de la noche, y me dijeron que suele darse este hecho con cierta frecuencia. Segundo: como hube de permanecer en espera casi diez horas, puedo decir que los espacios son tan reducidos que no hay asientos suficientes para los pasajeros, y en medio del inmenso calor de la zona hay que coger hacia lugares adyacentes y buscar la sombra de los árboles. Yo pensaba que entre las remodelaciones se buscaría la manera de ampliar los espacios para la atención al público, pero dijo un taxista (que todo lo saben) que únicamente se dedicarían a reparar la pista, que por cierto –ya es público y comunicacional- se buscaron un asfalto que no es el adecuado por lo que ha sido necesario recurrir a otras empresas para proceder a una rectificación. Esa es parte de la vieja Venezuela de la eterna improvisación. Son cosas que a uno le duelen. Siempre en donde quiera a uno le está doliendo nuestra patria, y sobre todo, nos duele Bolívar.
Por el estado en que se encuentran las vías y los daños que ocasiona la temporada de lluvias, el traslado de Mérida a La Fría, de unos 160 kilómetros, se lleva aproximadamente cuatro horas. Para asegurarse llegar sin contratiempos, hay que salir muy temprano, teniendo en cuenta que el trayecto hasta El Vigía es siempre muy peligroso por los derrumbes que allí ocurren, en tramos cercanos a los túneles, de hecho, el día 21 de octubre, el paso por la autopista fue cerrado. Al entrar al estado Táchira, es como pisar territorio neogranadino, se comienzan a ver los productos del vecino país, la escasez de la gasolina y el hecho insólito de que casi todo se paga en pesos.
El aeropuerto de La Fría es un cuchitril, diminuto y muy abandonado. Todos los urinarios están dañados o aparentemente dañados, cubiertos con bolsas negras, y para hacer las necesidades sólo hay una poceta disponible. ¿Podrá llamarse esto “producto de las sanciones”? A mí me parece que se hace con la intención de reducir el número de pocetas a limpiar. Esto se ve en muchos sanitarios públicos. Agua no hay ni para lavarse las manos. Es tan pequeño este aeropuerto, que no se le permite el acceso a los taxistas, quienes deben permanecer afuera, a la intemperie, bajo el sol inclemente o bajo las torrenciales lluvias. ¡San José Gregorio Hernández, bendito!
Debemos aclarar que esto de encontrarse uno con los baños públicos clausurados, ha sido una constante en Venezuela, toda una verdadera calamidad. Durante el primer mandato de Carlos Andrés Pérez se hizo famosa, una norma o decreto, de obligatorio cumplimiento, en el que se exigía tener sanitarios en bares, restaurantes, cafetines y entes públicos. Si usted va a la zona de los vuelos nacionales en Maiquetía, antes de ingresar a las salas de espera, se encontrará con que sólo hay un baño habilitado, y todos los demás (media docena) cerrados.
CARACAS LA BELLA, LA MODERNA, FASTUOSA METRÓPOLIS DE BOLÍVAR, ANDRÉS BELLO, PÉREZ BONALDE, RÓMULO GALLEGOS, TITO SALAS,…
Cinco dólares por cabeza cobran los buses para trasladarnos desde Maiquetía a Caracas. Llegamos a Maiquetía, a las 4:30, y esperábamos subir a la capital usando el sistema Sitssa, (Sistema Integral de Transporte Superficial Sociedad Anónima), transporte público, el más económico, pero allí nos enteramos que por ser domingo, no estaba funcionando. ¡Bingo! De nuevo el pasado, La Cosiata, la Guerra Federal, la IV República…, ¡San José Gregorio Hernández bendito, ayúdanos y protégenos!
¿Por qué fuimos a Caracas? Pues, el director de la TeleTuya, el señor Esteban Trapiello, tuvo la gran gentileza de invitar a mi esposa María Eugenia, al programa El Show del Mediodía. Mi esposa es tejedora y suele publicar sus trabajos por las redes, él los vio y quedó positivamente impresionado. Trapiello es un hombre sensible, ama a nuestro país y se mantiene en un búsqueda activa de talentos. El señor Trapiello asumió los gastos de hotel (nos alojamos en Plaza Mayor, La Candelaria).
El lunes 13 de octubre, mi esposa se presentó en los espacios de la TeleTuya en Chacao, cerca del centro comercial San Ignacio. Llevó una maleta con sus creaciones las cuales fueron exhibidas en el referido programa de televisión. Esta empresa es realmente una obra de ingenio y de la constancia de ese personaje llamado Esteban Trapiello, con unos 300 trabajadores y una infraestructura moderna de última generación. Solamente las unidades móviles que tiene cuestan cada una alrededor de diez millones de dólares. El propio Esteban Trapiello nos atendió y tuvimos el privilegio de poder conversar con él hora y media. Todo lo que conversamos quedará para otro trabajo. Lástima que no lo pudimos grabar, porque fue algo realmente antológico.
Pudimos recorrer Caracas de extremo a extremo a pata, viendo sus ríos de gentes encantadoras, sus comercios, sus plazas y parques. Aquí nadie pareciera estar pensando en invasión, eso a todo el mundo le parece un chiste, una jodedera del fulano catire, y va uno rememorando todo lo que conoció durante los 17 años que viví en la capital. Muchos lugares que permanecen intactos, el mismo bullir, la gracia del caraqueño, su educación, respeto y cordialidad. En ese deambular fuimos a visitar, por empeño de mi esposa, la Galería de Arte Nacional, para después ir también al Museo de Arte Contemporáneo, y el Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz Diez, entre otros.
El día jueves 9, a las diez de la mañana, nos dirigimos a la GAN, y vimos aquello un poco desolado, para nuestra sorpresa o casi asombro, el señor que nos atendió nos dijo que los días jueves y viernes, la GAN y todos los demás museos de Caracas permanecían cerrados al público. No lo podíamos creer. Otro asombro. Nos explicó que así decidieron las autoridades quedirigen estas instituciones, porque era muy variable la asistencia del público durante esos días, por lo que optaron por hacer unas encuestas electrónicas, determinando que el horario más conveniente, era: sábados y domingos abrir todo el día, y lunes martes y miércoles, desde las 4 de la tarde a las 8 de la noche.Finalmente, al decirlesque veníamos de Mérida y nos regresaríamos el domingo 12, hicieron una excepción, permitiéndonos la entrada. Fue entonces cuando pudimos reencontrarnos con las obras de Arturo Michelena, Tito Salas y Armando Reverón, entre otros. Recordamos que Hemingway solía hacer largas visitas el Museo del Prado porque le daba excelentes ideas para la escritura.
Si uno hace el recorrido de toda la Avenida México hasta capitolio, se encontrará con una especie de gran mercado persa a la intemperie. Eso ha sido desde 1958, cuando derrocaron a Pérez Jiménez. Mercado persa que también se encuentra en gran parte de la avenida principal de Sabana Grande.
Nuestra estancia en la capital, debemos decirlo, fue maravillosa, siete días echando pata y usando el metro, desde el este al oeste, desde Catia, llegándonos hasta el Parque Francisco de Miranda. Lamentablemente, el Parque Miranda lo encontramos abandonado, con lo que deberían ser bellas lagunas, convertidas en aguas estancadas cundidas de zamuros que conviven con patos, morrocoyes y lagartos.
El metro de Caracas lo encontramos eficiente, limpio, seguro, funcionándole en su gran mayoría sus escaleras mecánicas, con una atención extraordinaria. Caracas debe ser en este momento la capital más segura de toda Latinoamérica. Todo el mundo con sus celulares en la mano, la gente respetuosa, amable, siempre, como decía José Martí, con el ingenio y la alegría a flor de piel.
El día domingo, 19, cuando nos tocó regresar a Mérida, se celebraba en el Vaticano la canonización del doctor José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles. El país estaba parcialmente paralizado. Temprano, a las 9:30 de la mañana, nos dirigimos al aeropuerto en los buses que parten de Bellas Artes y en media hora llegamos al aeropuerto. Allí esperamos por el chequeo que vino a realizarse al mediodía, viniendo a embarcarnos a las 3:20, saliendo hacia La Fría a las 3:40. La verdadera odisea que habríamos de vivir sería a partir de La Fría. Los conductores de los buses de Tromerca todos estaban rezando por lo de la canonización de nuestros dos santos, y no llegaron a buscar los pasajeros (labor que asumió Tromerca dada la situación en El Vigía), así que cada pasajero debía resolver cómo llegaba a su destino, es decir pagando un ojo de la cara a los taxistas, siendo que el traslado por carretera habría de resultar mucho más caro que los pasajes por avión.
Nos unimos con una señora que iba a Mérida, quien ya había pagado su pasaje de regreso a la agencia Aerotransfer, cuyo bus no apareció por ningún lado. Finalmente, junto con la señora, conseguimos pagarle a un taxista para que nos llevara hasta el Terminal de El Vigía, a más de dos horas de camino, con la esperanza aún de encontrar el bus de Tromerca. Con ese hermoso caer de la tarde, con esos campos reverdecidos, con el sol ardiente y la esperanza siempre allá lejos, en el horizonte, íbamos viendo en el camino a pimpineros vendiendo gasolina a destajo, el litro a dólar y medio. No sé en qué vida mía pasada ya había visto tan cruenta y miserable estampa, pero eso aún existe en el estado Táchira, no se sabe por qué motivo, quién contrabandea todavía hacia Colombia nuestro combustible. De pronto se desató una feroz vaguada, oscureciéndose el cielo, sintiendo que va uno en lancha y no en carro, navegando contra las aguas, convertida la carretera en un río, con la consabida amenaza de que es una zona en la que ocurren con frecuencia grandes derrumbes y caídas de puentes. Recientemente fue reparado el puente de Onia, por allí pasamos en medio del feroz chaparrón. Como es de imaginar el taxi no podía ir a más de 30 kilómetros por hora.
Cuando llegamos a la terminal de El Vigía, convertida por las lluvias en vastos charcales, nos fuimos enterando que se encontraba casi desolado y nada de Tromerca. Vimos un bus que según nos dijeron estaba esperando llenarse para partir a Mérida. No estaba claro a qué hora saldría. No nos quedó más remedio que contratar otro taxi, algo averiado, y encomendándonos a José Gregorio, partimos hacia el confín de la nada. El traslado desde La Fría hasta Mérida tuvo un costo de 120 dólares, la verdad sea dicha, mucho para unos pelabolas como nosotros.
